Todos nos volvemos un poco locos de vez en cuando. Sobredimensionamos, creemos que el pequeño bollo de papel es una bola de nieve, nos toma el enojo por una nimiedad, nos gana el insomnio por un hecho circunstancial y el estrés nos cubre sin poder reconocer bien qué lo produjo. Emergen imposibles de un evento que apenas requiere algo de esfuerzo y los desafíos cotidianos derrumban el ánimo. ¿Somos especialistas en hacer montañas de granos de arena? A esta pregunta responde en su último libro Rafael Santandreu, uno de los psicólogos más prestigiosos de habla hispana. En su libro No hagas montañas de granos de arena analiza qué nos lleva a hacernos una película de todo y a la rumiación continua, además de entender cuándo y para qué es importante preocuparse.
“Cinco herramientas nos pueden ayudar para no caer en la neurosis –explica en charla exclusiva con LA NACION–. Opciones que pueden hacerse presentes de la mano de alguien cercano que ofrezca una frase o gesto que nos saque de la locura temporal, que nos pinche el globo. Puede hacerlo con amor, humor, surrealismo, decirnos que sí como a los locos para seguirnos la corriente o dejarte solo hasta que se te pase”. Para Santandreu la gran clave está en nuestra cabeza y en cómo podemos convertir lo sencillo en complicado, cómo damos peso a lo que falta en vez de a lo que hay, o en el modo en que nos sumergimos eternamente en una terapia para anidar en los problemas. Potenciador de tratamientos breves y de construir un pensamiento más liviano, en su obra enseña cómo es el diálogo interno de las personas más fuertes y felices.
–En la Argentina somos casi adictos al psicólogo. ¿Cree que muchos años de terapia acercan a una mejor calidad de vida?
–No. Eso es como decir que cuanto más tiempo pases en el gastroenterólogo, mejores intestinos vas a tener. ¡Más bien va a ser al revés! El cambio psicológico más eficaz se da rápido, en cuestión de pocos meses. Tengo más de 200 casos de personas que estaban fatal: con ataques de pánico diarios, TOC infernales, pastillas… que ahora están genial. En promedio tardaron unos seis meses en conseguirlo. Eso sí: de trabajo duro diario. Quien más tardó, lo hizo en tres años. Llevaba 30 años con una enorme carga de fármacos recetados.
–¿En dónde radica la clave de las terapias breves?
–En dar en el clavo: conocer exactamente por qué nos ponemos neuróticos y cómo deshacer el entuerto. Al final de la terapia –o autoterapia– los expacientes son casi psicólogos de lo mucho que saben, al menos en la neurosis de la que se han curado. Saben explicar exactamente cómo se la autogeneraron y cómo curarse. La mente es la clave que hace las cosas fáciles o difíciles. Atravesamos una época donde se ha hecho más fácil adquirir una mala filosofía de vida, cargarse de expectativas y autoexigencias. El mundo parece implicarnos en la idea de ser guapo, listo, rico, extrovertido, estar en forma, tener un departamento, muchos amigos, una buena pareja… De otro modo me convierto en un gusano. Nos tenemos que dar cuenta de que somos dueños de nuestra propia mente: de uno depende que amueble muy bien el coco para que nada de lo superfluo afecte.
–¿Cree que reflexionamos demasiado sobre lo que nos pasa?
–Reflexionar mucho no tiene nada de malo. El problema es hacerlo mal: en la dirección de la neurosis. A mí me gusta pensar, re-pensar y gozar de mi mente que hace filigranas. Cuando has caído en el hábito de terribilizar, quejarte de todo y ver solo la parte negativa de la vida, allí, en ese terreno, entonces sí cuanto más se piensa es peor. Pero cuando aprendés a hacer lo contrario: valorar lo que sí poseés y apreciar la belleza del mundo, cuanto más pensás, mejor lo pasás. Casi todas las caras de nuestra existencia dependen en gran parte de nuestra mente y de cómo aplicamos nuestros pensamientos. Allí está la clave que hace las cosas fáciles o difíciles. Suelo poner como ejemplo el juego de tirar de la soga con dos bandos en cada extremo. Mi manera de entender la psicología es que te permita aprender a poner siempre al otro equipo a tirar también para tu lado.
–¿Qué pasos podemos dar para desdramatizar aquello que convertimos en una película?
–Podés empezar por darte cuenta de que eso que has perdido o podrías perder nunca lo has necesitado. Es más, hasta podés estar mejor sin tu pareja, sin ese trabajo que te agobia, sin salud tan completa… Tenés que profundizar en la idea de qué te hace estar a gusto. Nada es tan importante. Se necesita muy poco para ser feliz. Los hechos son en sí mismos bastante neutros. Las contrariedades nos afectan, por supuesto, y es correcto que así sea, porque son, en parte, el motor que nos moviliza hacia la mejora. Pero es común notar discrepancias en la reacción frente a un hecho similar. Mientras una persona se disgusta un rato y se le pasa, otra se hunde en una crisis de una década. Algo no está bien en este segundo caso y allí hay trabajo que ese sujeto tiene que hacer sobre sí mismo y su perspectiva de las cosas.
–¿Qué condiciones cree que nos inducen a la dramatización de los contratiempos?
–Un factor es el contagio. A nuestro alrededor mucha gente se queja, dramatiza, está asustada, temerosa, de alguna manera le place eso malo que detectó que le sucede… Y podemos copiar sus razonamientos. Así adquirimos creencias irracionales como: “¡Necesito que todo el mundo me trate bien todo el tiempo!”. Esta creencia genera una infelicidad notable. Es allí donde crece la causa potenciadora de la neurosis: las exigencias inventadas que transformamos en una necesidad. Con menos requisitos allanamos el camino de la paz mental. Para eso es imprescindible volverse más simple y dar valor a lo que se posee, más que a lo que falta.
–¿Cómo podríamos establecer una escala adecuada para encarar las dificultades?
–Las personas más fuertes y felices creen que nada merece su preocupación. Me gusta inspirarme en Steven Hawking, el científico en silla de ruedas que fue capaz de convertirse en un líder. Pensaba que su parálisis era una minucia, nada demasiado relevante. Cuando más te parezcas a ese tipo de personas, mejor te irá. Lo ideal sería llegar a no preocuparse por nada: ni por la posible muerte de toda la humanidad. Aquello que vemos en otros y que, equivocadamente apreciamos, como la fama, un cuerpo trabajado o la riqueza son anécdotas en las vidas de esas personas. No son determinantes de su felicidad. Estamos rodeados de personas exitosas que son infelices. ¿Por qué ellos deberían ser nuestro modelo a seguir?
–¿Existe una manera saludable de preocuparse?
–No. Preocuparse es siempre una neurosis. Ocuparse es lo correcto. Disfrutar resolviendo cosas. Solo eso. Es importante no justificar las preocupaciones porque mientras lo hagas, no hay forma de cambiar de perspectiva.
–Usted ha dicho que la depresión es un constructo mental, ¿podría ampliar ese concepto?
–Cuidado: eso es así en la mayor parte de las depresiones, pero no todas. También hay depresiones producidas por déficits hormonales, vitamínicos y otros problemas orgánicos. Pero en las depresiones producidas por una adversidad tú tienes tu propia cura en la valoración de lo que ha sucedido. Por ejemplo, es paradójico saber que el hecho de que a una persona la abandone su cónyuge sea una de las causas más importante de suicidio posterior. Este hecho puede ser visto como una adversidad dura pero no como el fin del mundo, no es una guerra nuclear. Si lográs razonar profundamente en que eso, aunque no te haya gustado, no te tiene por qué impedir que seas feliz en el largo plazo, no te deprimirás. La industria farmacéutica quiere que pensemos que esto no es así: que la depresión es siempre una enfermedad orgánica y que los disgustos se arreglan con pastillas. Más allá de aquellas depresiones extraordinarias que los ameritan, deprimirse no es fácil, hay que esforzarse mucho para conseguirlo.
–¿Cómo podemos reducir el estrés diario?
–Solo se puede tener una mente saludable recuperando un ritmo vital natural. Para empezar, no hacer nunca dos cosas al mismo tiempo. La multitarea es estresante por definición. Nunca ir deprisa ni hacer las cosas de ese modo. Poner atención y amor a cada tarea. Dedicar bastante tiempo cada día al juego, al amor y la diversión. Esto debe ser un compromiso vital esencial. Recuerdo una frase que alguien dijo alguna vez que me resulta útil para esto: “No hay peor manera de perder la vida que corriendo”.
–¿Qué contribución hacen las pantallas a las dificultades para encontrar la felicidad?
–Si creyese en la Biblia, pensaría que el teléfono móvil con sus redes sociales y aplicaciones es el anticristo. El personaje que meterá en el infierno al mayor número de personas en el menor tiempo. Y como dice la Biblia, ese “ser” seducirá a la gente de forma que lo idolatren y ya no sepan vivir sin él.