El hígado es uno de los órganos más importantes del cuerpo humano, desempeñando funciones esenciales como la desintoxicación del organismo, la producción de bilis y el almacenamiento de nutrientes. Sin embargo, factores como la mala alimentación, el sedentarismo y ciertas enfermedades pueden llevar al desarrollo de una condición conocida como hígado graso, que afecta cada vez a más personas a nivel mundial. A pesar de ser una afección común, es posible prevenirla y tratarla, principalmente mediante cambios en el estilo de vida
También llamado esteatosis hepática, el hígado graso, es una acumulación excesiva de grasa en las células del hígado. Según Mayo Clinic, la forma no alcohólica de esta enfermedad (EHNA) afecta a una de cada cuatro personas en el mundo, convirtiéndose en la enfermedad hepática crónica más común. Esta condición puede progresar hacia complicaciones graves como la inflamación crónica del órgano, cicatrización avanzada (fibrosis) e incluso cirrosis hepática.
Aunque las causas específicas no están completamente identificadas, se sabe que es más frecuente en personas con obesidad, diabetes tipo 2, colesterol elevado, hipertensión o que consumen ciertos medicamentos como corticoides. Otras causas pueden incluir la rápida pérdida de peso y trastornos metabólicos. Si bien en la mayoría de los casos es asintomático, algunos pacientes reportan molestias como dolores de cabeza, mala digestión y sensación de inflamación.
Una alimentación balanceada, rica en frutas y baja en grasas, es clave para prevenir y tratar el hígado graso.
Las manzanas son excelentes para combatir el hígado graso debido a su contenido en polifenoles, compuestos antioxidantes que ayudan a prevenir el depósito excesivo de lípidos en el hígado. Además, su consumo contribuye a la reducción del peso corporal, un paso crucial para tratar esta patología. Según los Institutos de Salud de Estados Unidos (NIH), incluir manzanas en la dieta protege al hígado de los efectos dañinos de la grasa acumulada.
El limón contiene un compuesto llamado limonina, que actúa como antioxidante y antiinflamatorio, ayudando a proteger al hígado de la acumulación de lípidos. Este cítrico, rico en vitamina C, también favorece la digestión y puede prevenir lesiones hepáticas causadas por el alcohol. Su acidez natural estimula la descomposición de los alimentos, mejorando la función hepática.
El pomelo es otra fruta cítrica que beneficia al hígado graso gracias a su alto contenido en naringenina, un compuesto con propiedades antioxidantes y antiinflamatorias. Este nutriente también ayuda en la pérdida de peso, contribuyendo al control de la grasa corporal y al alivio de la esteatosis hepática.
Con un alto contenido de fibra y vitamina C, el kiwi es ideal para las personas con hígado graso. Ayuda a mejorar el tránsito intestinal, regula la digestión y reduce la inflamación. Su versatilidad lo hace una opción perfecta para incluir en preparaciones dulces y saladas, lo que facilita su consumo regular en la dieta.
La pera es una fruta rica en fibra soluble e insoluble, lo que favorece la regulación intestinal y la eliminación de toxinas. Contiene antioxidantes y tiene un bajo índice calórico, ayudando a controlar el peso. Según los NIH, su ingesta regular mejora el tránsito intestinal y reduce la acumulación de lípidos en el hígado.
Estas pequeñas frutas destacan por su elevado contenido en fibra (6,5 gramos por cada 100 gramos), lo que mejora el tránsito digestivo y proporciona una sensación de saciedad. Son ideales para incluir en desayunos o postres, y su efecto antioxidante contribuye a proteger al hígado de los daños relacionados con la grasa acumulada.
Las frutillas, o fresas, son ricas en vitamina C, antioxidantes y compuestos como los polifenoles, que ayudan a desinflamar el hígado y a fortalecer el sistema inmune. Además, gracias a su alto contenido de agua y fibra, estas frutas son depurativas y ayudan a evitar la retención de líquidos, lo que favorece el bienestar hepático.
Aunque no existen medicamentos específicos para tratar el hígado graso, su reversión es posible adoptando cambios en el estilo de vida. Este enfoque se centra en promover hábitos saludables que disminuyan la acumulación de grasa en el hígado y mejoren la salud general.
Una de las principales medidas es bajar de peso de manera gradual, ya que la reducción de peso ayuda directamente a disminuir la acumulación de lípidos en las células hepáticas. Según Mayo Clinic, combinar una dieta baja en calorías con actividad física regular es la mejor estrategia para lograr una pérdida de peso sostenida y saludable, evitando las rápidas variaciones que podrían agravar la condición.
Además, es crucial adoptar una dieta equilibrada. Una alimentación rica en frutas, verduras y cereales integrales no solo favorece el hígado, sino que también aporta nutrientes esenciales para el organismo. Es recomendable limitar el consumo de alimentos procesados, carnes rojas, jugos con alto contenido de azúcar y pan blanco. Llevar un registro de las calorías diarias también puede ser útil para garantizar un equilibrio adecuado en la dieta.
Por otra parte, realizar ejercicio regularmente es fundamental para quemar grasa corporal y mejorar la función hepática. Las actividades físicas como caminar, correr o andar en bicicleta, realizadas al menos durante 150 minutos a la semana contribuyen a mejorar la circulación y el metabolismo.
Otro aspecto importante es controlar las enfermedades relacionadas. Mantener niveles adecuados de glucosa, colesterol y presión arterial es esencial para prevenir el progreso del hígado graso. Consultar con un médico y seguir un plan de tratamiento personalizado es indispensable para manejar estas condiciones y evitar complicaciones.
Además, es clave evitar el alcohol y ciertos alimentos perjudiciales. La abstinencia de bebidas alcohólicas es fundamental, ya que estas pueden dañar el hígado aún más. También se recomienda limitar el consumo de grasas saturadas y evitar suplementos herbales que podrían ser tóxicos para este órgano.