lunes, 2 junio, 2025
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Hay un vínculo fundante entre las personas y el arte

Margarita Molfino es una actriz que vive el arte como pocas personas. Cada una de sus palabras destila una pasión que si bien sí define a sus medios (teatro, ballet y el cine), es un cierto candor, pero también cierta tenacidad que marca sus palabras. Ha trabajado creando, dirigiendo y asesorando con nombres como William Prociuk, Carlos Casella, Leticia Mazur, Agustina Muñoz, Romina Paula y Mariana Chaud. En el cine, su papel en el segmento “La novia” de Relatos salvajes la tatuó en el imaginario popular, como antagonista de Erica Rivas. Pero también fue parte de maravillas como “Los delincuentes” y “La flor”. Ahora es coprotagonista de “Nuestra parte del mundo”, película de Juan Schnitman donde trabaja en una sola locación junto a Juan Barberini. Dice Molfino: “El guión hace que seamos solo nosotros dos, en una sola locación, tiene esa cosa bastante teatral en un punto y explorar la continuidad de esa relación sin mucha interferencia era algo que me entusiasmaba también. Me parecía particular en términos cinematográficos”. Y suma: “En términos personales era un re desafío porque yo nunca protagonicé una película así. Era un desafío muy grande. Siempre me tocaban cosas más chiquitas, donde te quedás con las ganas”.

—¿Qué implica contar para vos considerando tu carrera?

—Me parece muy hermoso ese juego ficcional de intentar construir un personaje para volver a ser persona, para volverlo persona. Parece una cosa artificial, que te imaginás, con características, formas, del personaje, y el trabajo es que sea una persona. Eso me lo liga con la condición humana más profunda. Me parece muy hermoso ese juego de prestarse a ser otro, de empatizar con otras vidas. Lo que más me emociona del cine es esa máquina enorme creada para ser una gran mentira. Una mentira preciosa pero que habla de la condición humana.

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—¿Cómo aplica eso a Nuestra parte del mundo?

—Yo conocía las películas de Juan, pero las revisité de cara al rodaje. Sobre todo la última, “El incendio”, que está bastante ligada con esta, ya que el personaje del actor Juan Barberini en un punto es él mismo. Sé que a él le interesa esa cosa de las relaciones, que es algo muy universal. Además la cosa de mapaternar, porque está el niño fuera de campo, que es como un fantasma que merodea toda la película. En un punto para mí, hay algo de esa pareja que está muy vivo todavía, que lo que no pueden es con ese niño. Poner eso sobre la mesa habla de un momento, de conversaciones que se tienen a partir del feminismo, de cómo se materna o paterna, qué está bien y qué está mal. Ella no es la madre más correcta supuestamente, no sabe bien cómo llevarlo adelante, él se queda en la casa. Hay ahí algunas puntas que el guion tira que son muy actuales. Una vez que la presentamos en Bafici tuve comentarios de muchas mujeres, con ganas de hablar de eso. Yo lo sabía, pero no pensé que emergía tanto ese tema, y re. Me dijeron qué bueno poder hablar de esto.

—¿Cómo trabajaron esto los tres juntos?

—Es una película clásica en ese punto. Primero, me di cuenta que había algo muy orgánico y aceitado entre ellos dos, porque hicieron cuatro películas juntos. Yo estaba un poco más entrando a la maquinaria de ellos. Intenté eso: escuchar y estar atenta a ellos. Ayudó mucho que sea una sola locación, de agotamiento de la pareja, de encierro. Además de nosotros tres, está todo el equipo técnico del otro lado. Creo que esa condición de una misma locación ayudó un montón. La película se filmó casi cronológicamente, salvo la primera escena, que como era una escena de intimidad se pasó al final. Eso fue interesante. El niño durmiendo hace que todo sea susurrado, que si había malas conversaciones, o peleas, todo tiene que ser en voz baja, porque ese niño duerme. Habla de una pareja rota, que discute, que ya decidió separarse, y esa condición genera cierta ternura, porque todo tiene que ser con tranquilidad, con serenidad y en voz baja.

—¿Qué te gusta de contar a vos, ya sea desde la actuación y de la danza?

—Yo bailo desde muy chiquita, así que eso me eligió a mí. Desde que tengo cinco o seis años bailo, e hice una formación no solo práctica sino también teórica. Mi formación es clásica pero enseguida me interesó la danza teatral. Estudié Licenciatura en Artes en Puan, soy una cinéfila desde chiquita. Ni siquiera había pensado en actuar, y no paraba de mirar películas. Entender un encuadre como una perspectiva del mundo. Esa cosa de la teoría y la práctica entramada me fue enamorando. El cine es lo que más me cuesta hacer, porque es más difícil acceder. Hice mucha más danza y teatro porque me salió así. No hay nada que me entusiasme más en este mundo que hacer películas. Incluso pensando en la situación triste y compleja que pasa hoy el cine argentino, pienso que no se va a terminar nunca: ahí hay un vínculo fundante entre las personas y eso que miramos, que nos espeja, que nos cuenta, o que ni siquiera nos cuenta y nos abre un mundo que podríamos tener. Hay algo ahí para mí que es muy vital, del arte en general y del cine en particular.

—¿Qué implica trabajar de la cultura hoy en Argentina?

—El nivel de precarización y autogestión que tuvimos está exacerbado al máximo. Es muy triste. A mí me da mucha pena porque lo que pasó ahora no pasó antes. Es muy extremo que el Incaa no aprobó un proyecto en todo el año. Incluso los proyectos que estaban aprobados, no están saliendo. El grado de destrucción es muy grande y seguramente nos lleve mucho tiempo volver a construir lo que están destruyendo. Pero dicho esto, de más está decir que una no ignora los problemas que había, y que funcionaba bien del todo. Una cosa es modificarlas, y otra cosa es aniquilarlas. Eso se lleva un montón de trabajadores puestos, y un capital simbólico, ya que la cultura nos construye como país, como identidad. Somos las personas que lidiamos con las emociones, con lo más humano, eso vamos a poder seguir haciendo. No va a dejar de escribir la gente, no va a dejar de existir el cine. Nunca sucedió ni va a suceder. La humanidad no podría sin eso. Nosotros somos un poco los magos de eso. Desearía que estas personas que quieren destruirlo todo intenten vivir una semana de sus vidas sin ver una película, escuchar una canción, leer un libro, ver una imagen que les guste y que los conmueva. No es posible esa vida, ni es real. Se volverá al under, al off, a la autogestión. Por supuesto que eso no es gratis, que se lleva muchos hogares. Pero pienso las dos cosas: que es terrible y esto también va a pasar.

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