viernes, 27 junio, 2025
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El éxito económico genera riesgos políticos

Merced a los tres jueces de la Corte Suprema, Cristina pudo regresar al centro del escenario político nacional, desplazando pasajeramente a Javier Milei, pero ya habrá entendido que, si bien le habrán conmovido las manifestaciones de apoyo con las que sus muchos simpatizantes la homenajearon, eran meramente rituales, una forma de decirle gracias por el recuerdo y adiós. Al fin y al cabo, ni siquiera los partidarios más apasionados de la dama de la tobillera creían que las marchas en que participaban habrán servido para doblegar a la Justicia que, en los meses venideros, podría condenarla a pasar más años bajo detención que los seis que ya está cumpliendo.

Aunque muchos peronistas se sienten obligados a procurar convencer al mundo de que la expresidenta es víctima de una conspiración urdida por reaccionarios inescrupulosos, con la presunta excepción de los kirchneristas más exaltados saben que no les convendría hacer de la lealtad hacia ella lo único que los mantenga unidos. Mal que les pese, para poder representar una alternativa al mileísmo, tendrían que elaborar un relato que sea menos rudimentario, uno que, además de reivindicar sus vínculos con el pasado con alusiones a aquel 17 de octubre tumultuoso de hace tres cuartos de un siglo, parezca ofrecer soluciones para el futuro. Por tratarse de la variante local de un desafío que tiene en vilo a todos los partidos políticos del planeta, no les será fácil.

Cristina y sus íntimos ruegan para que el esquema impulsado por Milei comparta el destino de tantos otros intentos de desmantelar el modelo corporativo que, durante décadas, ha impedido que la Argentina se enriqueciera como hacían Italia, España y otros países de tradiciones culturales y políticas similares. Quieren que todo termine en lágrimas, que, una vez más, el pueblo trabajador organizado se muestre incapaz de soportar aquellas antipáticas “reformas estructurales” que, según virtualmente todos los economistas serios que manifiestan interés en el exasperante enigma argentino, tendrán que llevarse a cabo para que el país salga de la trampa en que se ha metido.

Dicho de otro modo, lo que se propone quien aún no ha dejado de ser la dirigente peronista más importante, es que el movimiento se dedique a sabotear el proyecto libertario con el propósito de apurar el día en que la Argentina sufra una crisis que sea aún más destructiva que la provocada por el triunvirato conformado por Alberto Fernández, Sergio Massa y Cristina misma. Los peronistas no ignoran que ellos mismos provocaron un desastre tan grave que pudiera triunfar un outsider iracundo de ideas que hasta entonces muy pocos se habían animado a defender; esperan que su creación se las arregle para devolverle el favor y de tal manera posibilitar su propio retorno.  

¿Podría funcionar lo que tienen en mente los resueltos a volver al poder demoliendo el proyecto de Milei? Claro que sí, sobre todo si el presidente locuaz continúe fabricándose enemigos al tratar a aliados como traidores en potencia, cubriéndolos de insultos juveniles. Estarán en lo cierto el libertario y sus asesores cuando señalan que aquí los consensos sólo han servido para consolidar fracasos colectivos, pero, basado como está en la conciencia de que los cambios drásticos que están instrumentando son necesarios, el que está gestándose es distinto de aquellos “grandes acuerdos nacionales” que tanto contribuyeron a prolongar la vida del orden que llevaría al país a su lamentable situación actual.

Una consecuencia de los éxitos más notables de la gestión todavía breve de Milei, como la reducción rápida de la tasa de inflación y el estimulo que ha dado al sector energético y a la minería, es que problemas que muchos se habían acostumbrado a pasar por alto están haciéndose más visibles. Uno, acaso el más apremiante, es el planteado por las deficiencias notorias de la fuerza laboral del país. De intensificarse el proceso de modernización que el gobierno ha puesto en marcha, una proporción sustancial de la población se verá obligada a adaptarse muy pronto a modalidades que le son ajenas. ¿Serán capaces de hacerlo? A menos que lo sean, el país podría disfrutar de una etapa de crecimiento acelerado combinado con un aumento sustancial del nivel de desempleo, lo que sí brindaría a los contrarios al mileísmo un sinfín de pretextos para organizar ruidosas protestas callejeras.

En el modelo populista, por llamarlo así, la economía ha de adecuarse a las necesidades inmediatas de la mayoría que, a juzgar por las estadísticas disponibles, no se destaca por su apego a “la cultura del trabajo”, por sus conocimientos o por su voluntad de aprender. Políticos como Cristina y su ex protegido transformado en rival interno, Axel Kiciloff, comprenden que mantener las cosas como están, sin preocuparse por temas desagradables como el de la competitividad, puede asegurarles los votos que requieren para conservar el poder que han acumulado. Es por tal razón que se aferran mentalmente al statu quo de décadas ya idas. Si bien se imaginan progresistas, la verdad es que son ultraconservadores. 

Aunque todos los comprometidos con el modelo corporativo afirman querer que, por fin, la economía se despierte de su letargo para ponerse a crecer, se niegan a reconocer que en tal caso su propia clientela electoral enfrentaría desafíos que para muchos serían traumáticos. Bien que mal, para convertirse en un país desarrollado, la Argentina tendría que experimentar una revolución cultural mucho más profunda que la que obsesiona a los mileístas. Por beneficiosos para el conjunto que resulten ser el equilibrio fiscal y la estabilidad monetaria que el gobierno está logrando, entrañan el riesgo de que, andando el tiempo, muchísimos hombres y mujeres queden marginados porque no estarán en condiciones de aportar mucho que sea económicamente valioso. Por desgracia, no se equivocan quienes dicen que la Argentina pujante e internacionalmente competitiva con la que sueña Milei sería un país mucho más desigual que el existente.

Si quiere esquivar el peligro así supuesto, Milei tendría que incorporar a su programa la renovación del sistema educativo y hacer un esfuerzo denodado por persuadir a todos de que su propio destino dependerá de su voluntad de aprovechar plenamente las oportunidades que les brinde. Aunque no faltan políticos y otros que lamentan el deterioro educativo generalizado que, año tras año, se ve registrado en las pruebas internacionales, parecería que no han conseguido modificar mucho las actitudes de los más perjudicados por lo que está ocurriendo. Es común tomar la educación por “un derecho” y dar a entender que el gobierno de turno es responsable de los fracasos en la materia, pero acaso sería mejor tratarlo como un deber ciudadano que todos tendrán que cumplir. 

Si bien la Argentina dista de ser el único país en que el nivel académico alcanzado por las generaciones más recientes es decididamente más bajo que el de las anteriores -Estados Unidos es otro-, es llamativo el contraste entre la voluntad de aprender que es característica de los jóvenes chinos, surcoreanos, japoneses e hindúes por un lado y la de sus coetáneos argentinos por el otro. En una época tan competitiva como la actual, tales diferencias importan.

A esta altura, pocos negarían que, para prosperar, la Argentina tendrá que integrarse comercialmente al mundo, pero hacerlo sería sumamente difícil para empresarios que, para sobrevivir, dependen de las barreras proteccionistas y ya se sienten alarmados por el aumento reciente de las importaciones. Aquí, apertura sigue siendo una mala palabra para los que, como los políticos fueguinos, insisten en que los consumidores deberían subsidiarlos por motivos patrióticos.

Milei espera que lo ayuden los terremotos geopolíticos que están modificando el escenario internacional con rapidez insólita. Ha podido festejar lo logrado en el Oriente Medio por los dos países extranjeros que más admira, Estados Unidos e Israel, y los reveses humillantes sufridos por la rabiosa teocracia iraní que estuvo detrás de los atentados contra la sede de la AMIA y la embajada de Israel sin que la Argentina estuviera en condiciones de tomar represalias contra los responsables de tales atrocidades.

Aunque sería prematuro dar por descontado que las hazañas militares de los amigos de Milei produzcan cambios positivos permanentes que el país sabría aprovechar, por lo menos han servido para ubicarlo en el bando de los ganadores, lo que lo podría hacerlo más atractivo a ojos de los grandes fondos de inversión que, hasta ahora, han preferido no poner su dinero al alcance de un eventual gobierno populista que, temen, no vacilaría en embolsarlo. Así las cosas, las próximas elecciones podrían ser decisivos no sólo para el ambicioso proyecto mileísta sino también para el futuro de la Argentina.

Si bien hay muchos indicios de que el populismo kirchnerista está perdiendo fuelle, dista de haberse agotado por completo. En las zonas más deprimidas del conurbano bonaerense, aún puede contar con la lealtad al parecer congénita de quienes siempre han votado por candidatos peronistas, razón por la que a Milei le convendría asegurarse el apoyo electoral no sólo de los seducidos por el evangelio libertario sino también de los persuadidos de que, no obstante la grosería que le es habitual, es menos malo que la alternativa.

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