En noviembre de 1963, Lacan fue notificado de su expulsión de la Asociación Internacional de Psicoanálisis, su enseñanza y su clínica resultaban un peligro para los cánones rígidos institucionales. El deseo de Lacan consistió en reintroducir el psicoanálisis en el espíritu de un freudismo aletargado que, después de haber sobrevivido al fascismo, se había adaptado al extremo de olvidar la virulencia de sus orígenes. Poco ya quedaba de la idea de su mentor, quien expresaba en esta frase la connotación inquietante de su descubrimiento: “Si los dioses no se dejan doblegar apelaré al infierno”. Lejos de su afinidad con esa gesta, el psicoanálisis se había puesto al servicio de una adaptación al orden vigente tan duramente criticado por Freud. Lacan considera que ese hecho no obedece solo a un avatar coyuntural, el psicoanálisis está amenazado desde su nacimiento mismo, y diría que toda su enseñanza parte de no haber olvidado nunca este principio. Cuanto mayor es la fuerza de una verdad, mayor será la fuerza que intentará ahogar esa verdad para transformarla en un saber digerible, compresible, liviano, fácil.
Por esta razón, al año siguiente de su expulsión de la Asociación Internacional de Psicoanálisis, Lacan dicta el Seminario “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”, donde la pregunta acerca de qué es el psicoanálisis será examinada a la luz del día, a la luz de una cuestión política. Es decir que dicha interrogación no es independiente de la circunstancia de que la proscripción de la enseñanza de Lacan se convierta en condición para la afiliación internacional. Este hecho sería comparado a la excomunión que padeció Spinoza, que no solamente fue expulsado de la sinagoga, sino que se le impidió por siempre su regreso[1]. No deja de ser interesante que Lacan se compare con el filósofo a quien relacionará además con Freud y fue el mismo quien se hermanó con Spinoza y con Heine como sus “compañeros de incredulidad”[2]. Ambos –Freud y Lacan–, optan por Spinoza en los momentos en los que cuestionan la religiosidad montada sobre el anhelo de padre. Justamente es en “El porvenir de una ilusión” donde Freud, conmueve las ilusiones edificadas sobre la religión, y cita al poema de Heine:
“Dejemos los cielos
a ángeles y gorriones”.
Veamos las ideas fundamentales de Spinoza por las cuales fue objeto de la excomunión. Nada se opone a la idea de que Dios sea un cuerpo, ya que en la Biblia no se habla de su naturaleza inmaterial, los ángeles no son sustancias reales y permanentes, sino simples fantasmas. El alma como vida no es inmortal, y en las Escrituras no hay nada que certifique que lo sea.
Luego de estas declaraciones, y de la identificación de Dios con la naturaleza, será acusado de ateo y excomulgado. Tal naturalismo implicaba una ruptura con la sinagoga. Dios reducido a una sustancia, los ángeles despojados de su permanencia y el alma, de su inmortalidad.
Si Dios es la Naturaleza, Dios queda descentralizado del lugar que tenía, sacrilegio que ocasionará su execración. En relación a la excomunión dice Miller que es como si Lacan hubiera sido castigado por tocar el Nombre- del-Padre; como si los herederos de Freud lo hubieran excomulgado por haber querido tocar al padre construido por Freud o incluso por haber tocado a Freud como padre del psicoanálisis. De ahí su comparación con Spinoza, que debió ser sacrificado a la cólera de los herederos del padre.
Analicemos ahora el origen de Spinoza. Su familia era de Portugal; expulsados de España, emigran a los Países Bajos en los que reina una mayor tolerancia religiosa, destino también elegido por Descartes cuando deja Francia. Holanda albergó a una serie de figuras que se separaron de la ortodoxia judía como Uriel da Costa, que se suicidó cuando Spinoza tenía 9 años o como Juan de Prado[3] que influenció en su desvío herético.
Spinoza recibe el pensamiento cartesiano y también la influencia medieval judía, pero no menos importante es su origen, ya que era al mismo tiempo judío, portugués (el portugués era su lengua materna) y holandés por haber nacido en Ámsterdam. Era marrano y, tal como lo plantea Carl Gebhardt, su vida está muy atravesada por el hecho de que su nación, como su religión, no fue para él una realidad, sino un problema. Portugal había impuesto a los judíos el bautismo y entonces los ascendientes de Spinoza se hicieron católicos. A estos conversos por fuerza los llamaron despectivamente “cerdos”, “marranos”, como judíos perseguidos y luego, como católicos, segregados. En sus antepasados está la marca de la expulsión, con anterioridad a la excomunión y en consonancia con ella. Rasgo no anodino, en la comparación que Lacan establece entre Spinoza y el lugar del analista como desecho. La inquisición perseguirá a los seudocristianos en forma sangrienta. El marrano es un ser desdoblado, católico sin fe y judío sin doctrina. Finalmente obtiene su libertad encontrando un asilo en Holanda y una “Nueva Jerusalén” en Ámsterdam, para hallar su propia forma religiosa, no sin conflictos.
Vayamos a la época de Spinoza. El mundo del siglo XVII estaba, por lo general, encerrado en categorías firmes y absolutas. El que había nacido en la Iglesia católica sabía que con la gracia vencía al pecado y preparaba su salvación. El luterano se sentía fiel en el cumplimiento de la ley, la seguridad de la justicia. Todos ellos eran hombres bien ubicados con relación a un significante amo rector. Para el marrano no había categorías, se hallaba entre varios mundos. En su espíritu ciencia profana y religión, catolicismo y judaísmo, estaban desunidos.
Encontramos aquí algo que nos conduce al “ser” del analista. Esta cuestión no está solo determinada por su análisis ya que hay destinos –dice Miller– que parecen más propicios que otros para llevar esa marca. Podemos decir que ella es la del exilio en relación al Otro. ¿Será por eso que la Argentina es el país del psicoanálisis? Mas que crisol de razas nuestra patria padece de una identidad fracturada que le hizo decir a Sarmiento: “Parecen dos sociedades distintas, dos pueblos extraños uno de otro”[4] y a Alberdi, en otra dirección: “No son dos partidos son dos países, no son los unitarios y federales, son Buenos Aires y las provincias. Es una división geográfica, no de personas, es local, no política” [5]. No hay en este Sur del sur una identidad perdida por rescatar como en muchos lugares del resto de América Latina (México y Perú, por ejemplo) o en la misma Europa plagada de ruinas eternas. Nuestros hermanos latinoamericanos nos miran con recelo, somos demasiado “blancos”, y los europeos con sospecha, somos todavía un poco “negros”. Así fuimos construyendo nuestra conflictiva e inacabada identidad y al desencanto por no albergar la plata (ya que faltaba el anhelado metal se le sumó la fractura interna, la grieta (que no es nueva) que la Unidad nacional de 1860 no pudo suturar[6].
Un destino en suma propicio para el desarrollo del psicoanálisis.
Silvia Ons es analista miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Escritora.
Notas:
[1]Es de destacar que esta prohibición, con los años fue revocada pero el filósofo no aceptó ser reintegrado, sin por eso adoptar el catolicismo
[2]Freud, S., “El porvenir de una ilusión” Obras Completas, Amorrortu editores, Bs. As., 1990, p.49.
[3] Juan de Prado fue también expulsado de la sinagoga, pero, a diferencia de Spinoza se retractó
[4] Sarmiento, D., Facundo, Bs. As., editorial TOR, págs..22-23
[5] Alberdi, J. B.,:Grandes y pequeños hombres del Plata. Buenos Aires: Plus Ultra,1979
[6]Casalla, M., Esto que acabó por llamarse República Argentina en 1860, es en realidad el colector final, la frágil (y ambigua) «unidad nacional», de una fractura inicial en dos países: el de la montaña y el de la llanura. Cada uno de ellos originado en una corriente colonizadora distintaDe un lado el país de la montaña: hecho de piedra, de alturas insondables, de desiertos vastísimos; mediterráneo, ligado por ello al viejo Perú y con una cierta historia anterior propia. Del otro, el país de la llanura: de la tierra fértil, de la libertad aérea, del paisaje monótono y casi sin historia. Portuario, con eje en Buenos Aires (su «cabeza de Goliat«, de la que hablará Martínez Estrada) y que -a pesar de considerar al resto como su «interior»- irremediablemente mirará hacia afuera (Europa, los EEUU).