Desde 2016 denuncio que la nueva derecha es una forma de fascismo que ha abandonado el antisemitismo para elegir otras víctimas. Incluye a liberales que usan el “respeto irrestricto al proyecto de vida del próximo” como coartada. Antes de aliarse con ellos, Milei promovía la libertad sexual; ahora repite consignas puritanas de sectores religiosos ligados al fascismo cristiano falangista y al nacionalismo católico argentino. La colonización del liberalismo y el uso de Milei como títere apuntan a imponer reglas de comportamiento y reinstaurar la represión sexual, esencial para estas organizaciones y su impunidad.
El discurso de Davos revela un Caballo de Troya lejos de ser liberal o económico. La bestial asociación malidicente entre homosexualidad, gasto público, privilegios, amenaza a la familia, a los valores de occidente, a la libertad y comunismo, es más feroz que la de los católicos medievales endilgando a los judíos envenenar el agua o ser portadores de la codicia. Muchos minimizan el daño pidiendo que no se les llame fascistas, no se vayan a ofender, trasladando el problema a quienes denunciamos, como hacen con el fantasma de lo “woke”, la culpa en estado puro de la mera conciencia.
Si identificáramos el fascismo solo cuando ataca una religión especifica no habríamos avanzado. Si atacar a otras minorías se considera una cuestión de “gustos”, estamos en peligro. Si dejamos que temas como el género, ligados a la vida íntima, se conviertan en lemas políticos agresivos que alcanzan el poder y la legislación, es que no hemos aprendido nada.
El nazismo no empezó con los campos de concentración, sino como amenaza. Esta nueva corriente también es una amenaza contra las minorías, y la amenaza, que yo sepa, es delito en toda legislación sin que nadie haya tocado a nadie.
No obstante, no hay que preocuparse tanto por la asociación estúpida de Milei entre homosexualidad y pedofilia, porque lo hace para encubrir dónde realmente está: en las familias tradicionales que buscan sus titiriteros blindar y en sectas religiosas aliadas su poder, autoras de la “batalla cultural”, donde la pedofilia se practica y oculta masivamente. Los niños homosexuales, que ni siquiera han descubierto su sexualidad pero intuyen adultos que rezan al Señor, son en realidad víctimas fáciles, a quienes esta perversión encima les carga la culpa. Googleen el nombre de sus congregaciones y “abuso infantil” para ver quién dicta la moral del homofascismo.
Estos nuevos “judíos” tienen algo único como “demonios”: nacen en hogares homófobos que deberían protegerlos. Este fascismo comienza en las familias, envilece iglesias y, ahora organizado políticamente, busca castigar el “orgullo” con un Estado enarbolando perversamente una libertad vacía de contenido.
por José Benegas