miércoles, 21 mayo, 2025
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Alarma en la balanza comercial: vuela la importación para el consumo y no alcanzan los dólares

Los indicadores de comercio exterior confirmaron los temores del mercado: que por más que el Banco Central haya recibido una inyección de u$s12.000 millones del FMI, no hay motivos para relajarse en el plano cambiario. Más bien al contrario, cada vez se pone más en duda el optimista pronóstico que había realizado el gobierno en su proyecto de presupuesto, donde preveía un holgado superávit de u$s20.000 millones.

El saldo comercial del mes fue de apenas u$s204 millones, con lo cual el acumulado del primer cuatrimestre es de u$s1.265 millones. Ya las cifras de por sí resultan preocupantes, porque aun con el aporte de la exportación agrícola de los próximos meses resultará difícil que se pueda compensar esa tendencia negativa.

Primero, porque la cuenta corriente registra una creciente salida de capitales en el rubro servicios -sólo por turismo y compras en el exterior se están yendo u$s700 millones al mes, una cifra que hace recordar años récord de turismo emisivo, como 2017 y 2022-.

Pero además, porque cuando se pone la lupa sobre cómo se componen las exportaciones e importaciones, también se encienden alarmas.

En cuanto a las compras, es cierto que la recuperación es una condición necesaria para que la economía retome el crecimiento. Es sabido que entre los economistas argentinos es aceptada la «regla del tres a uno», que implica que por cada punto del PBI que crece la economía, se necesita que las importaciones suban tres.

Esto se ha justificado históricamente con el argumento de que las industrias locales necesitan la importación de bienes de capital, insumos y componentes que ayuden a sostener la producción. Por eso, hace un año los economistas miraban con preocupación el hecho de que el superávit comercial del que se enorgullecía el gobierno se lograra sobre la base de un desplome importador.

¿Quién financiará las importaciones?

Este año ocurre la situación opuesta, ya que las importaciones crecen seis veces más rápido que las exportaciones. Y, siguiendo la «regla del tres a uno» la tasa de 35,7% de suba interanual de las importaciones seria compatible con una economía que crece en torno de 10% -el doble de lo que proyecta el mercado-.

Pero aquí hay que hacer un paréntesis. Porque esa importación no está liderada por los rubros que utilizan las empresas argentinas para incrementar su producción. Más bien, al contrario, el rubro de mayor crecimiento es el de bienes de consumo final, que crece a una espectacular tasa de 77%.

Y estos números son hasta abril, por lo que todavía no reflejan plenamente el proceso de apertura comercial que está implementando el gobierno, como las medidas de rebaja arancelaria para celulares y productos de tecnología.

Cuando se observa la porción de las importaciones totales que se destinan a los bienes de consumo, ya alcanzan el 15%. Si a esta categoría se le suma de la de autos terminados, entonces ocupan un 21% del total, el doble de lo que se registraba hace dos años.

Y es ahí donde surge la pregunta inevitable: ¿cómo se financiará esa avalancha importadora destinada al consumo? En principio, lo que resulta claro es que los dólares del FMI están vedados para ese propósito, ya que su sentido principal no es el saneamiento del balance del Banco Central y no la compra de celulares importados.

En teoría, si se cumplieran las proyecciones realizadas por Toto Caputo y su equipo, no debería haber inconveniente en que con los propios recursos de la economía argentina se pueda financiar estas compras, dado que la balanza de bienes más la de servicios debería dejar un robusto superávit de u$s20.000 millones.

Sin embargo, en el mercado hay un escepticismo cada vez mayor sobre esas cifras. Más bien, las proyecciones apuntan a que la cuenta corriente deje un déficit de u$s8.000 millones, sobre todo por el rojo en el rubro servicios.

¿Con el petróleo no alcanza?

Y en la balanza comercial la situación no es mucho mejor. Ocurre que si hoy no hay déficit es gracias al cambio de signo del rubro energético, que pasó de significar un motivo crónico de déficit a uno de los nuevos aportantes de divisas. Es decir, gracias al aumento en la exportación petrolera y a la reducción en la compra de gas, por el avance en las obras de infraestructura gasífera y por las mejoras de productividad de Vaca Muerta.

De hecho, si no fuera por el rubro energético, ya se habría acumulado en el año un resultado comercial negativo por u$s1.419 millones.

Sin embargo, la apuesta a que la energía sea la salvadora en el desbalance de las divisas puede tener sus riesgos. Para empezar, porque si bien Argentina ha disminuido notablemente su dependencia del gas licuado que llega en buques –en 2022 llegó a representar un 16% del total importado-, eso no significa que la necesidad de importar haya desaparecido.

De hecho, se prevé que en los meses invernales haya un incremento, porque la red de transporte por caño todavía no permite que corra la cantidad suficiente de gas en el invierno, cuando se produce los picos de mayor demanda hogareña. Es así que se prevé para los próximos meses la salida de más de u$s600 millones, más que duplicando el promedio mensual registrado en lo que va del año.

Podría pensarse que esta situación se compensará con creces por el incremento de la exportación petrolera, que sigue creciendo a toda velocidad. Sin embargo, también aquí hay una serie de advertencias: el rubro petrolero se está viendo impactado por los cambios a nivel geopolítico, y en un sentido perjudicial para Argentina.

Por causa del «efecto Trump» los precios están cayendo. De hecho, este es un efecto buscado deliberadamente por el presidente estadounidense, quien ya cuando estaba en campaña había prometido una baja en el precio de las naftas, para compensar la inflación que podría producirse en otros rubros.

Y a su famoso lema «drill, baby, drill» que pronunció en su discurso de asunción, se suma ahora el incremento en las cuotas de producción de la Organización de Países Productores de Petróleo (OPEP), que ya el año pasado había generado un excedente de más de casi un millón de barriles diarios por su aumento en la producción.

Hace algunas semanas el precio internacional del barril tocó un mínimo de u$s56, el valor más bajo desde la pandemia, y actualmente oscila en torno a u$s60. Esto ocurrió luego de que Arabia Saudita, que lidera la estrategia de la OPEP, decidiera acelerar la producción, de manera que la oferta de crudo podría incrementarse en hasta 2,2 millones de barriles diarios hacia el último trimestre de este año. El anuncio implica no sólo que este país subirá su producción sino que, además, aplicará sanciones a otras naciones petroleras que se mostraban renuentes a subir su cuota.

El impacto en Argentina ya se sufre con claridad: en abril se aumentó el volumen exportado en comparación con el de hace un año. Sin embargo, los precios sufrieron un desplome de 14%. El resultado: los u$s851 millones que ingresaron por el petróleo argentino implican una caída de 10% respecto de lo que había entrado hace un año.

Mientras tanto, la soja

Como siempre, queda la expectativa de que la cosecha agrícola termine arreglando los problemas, con su aporte de u$s30.000 millones en el año. Pese a los temores iniciales por la falta de agua en algunas regiones del país, finalmente las proyecciones mejoraron y se espera una cosecha que supere en 9% la del año pasado. Pero esto, claro, es hablando en volumen.

La situación cambia cuando se consideran los precios porque también aquí se siente el cambio en la situación geopolítica, que se refleja en un empeoramiento en los precios globales.

La soja, principal producto de exportación, sigue en el entorno de u$s380 la tonelada, y sin muchas expectativas de mejora. En cambio, hace un año, la tonelada de soja cotizaba a u$s450, y en 2023 superaba los u$s530.

La expectativa del gobierno es que durante mayo y junio acelerarán las ventas, porque los productores querrán aprovechar la ventana de oportunidad en que las retenciones serán menores. Sin embargo, este hecho de por sí no asegurará un cambio de actitud de los productores, que siguen con mucho stock en los silobolsas, atentos a cualquier movimiento del mercado cambiario.

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