martes, 8 julio, 2025
InicioDeportesAnálisis | Milei, ante los riesgos de la política de alta intensidad

Análisis | Milei, ante los riesgos de la política de alta intensidad

Nada intenso dura tanto. Ni en el amor ni en la política. Es una lección que los oficialismos de alta intensidad como el kirchnerismo y ahora el mileísmo suelen pasar de largo: el espejismo de protagonizar un cambio de régimen definitivo les impide ver el bosque de la sostenibilidad de largo plazo. Ese futuro requiere una normalidad que atempere las demandas sociales por empezar todo de cero. En esa confusión de lo intenso con lo que cala hondo y permanece, el mileísmo puede estar acelerando su propia finitud: busca en la batalla cultural la certeza confirmatoria de una hegemonía todavía pendiente y la supervivencia eterna del nuevo régimen macroeconómico, mental, cultural y vital.

En realidad, esa batalla puede convertirse en el puntapié inicial de lo contrario, el gradualismo más temido: la consolidación acumulativa de un hartazgo social que un día gire 180 grados y se deshaga de todo, otra vez. ¿Le puede pasar a La Libertad Avanza?

El Gobierno es consciente de ese riesgo aunque lo minimice y, al contrario, ponga a la batalla cultural ampliada como un eje clave de su estrategia de gestión. En el balance del resultado de las facultades delegadas, Federico Sturzenegger, uno de los hombres clave de Milei y de los más fríos en su razonamiento, se refirió a ese punto: “En estos días que se discute tanto el estilo y las formas de Javier, saben que Javier tiene una frase que dice que prefiere una verdad incómoda a una mentira reconfortante. Entonces yo les digo: ¿ustedes prefieren un presidente que habla suave y viola la Constitución o uno aguerrido pero que la cumple?”. El ministro de Desregulación planteó ese dilema para destacar el cumplimiento de la ley y de la Constitución, según su análisis, en cada desregulación de su autoría.

Hay una cuestión clave: que el sobregiro de la intensidad mileísta ponga en riesgo los logros que le permiten trazar un puente con una Argentina razonable y con futuro. Es decir, arriesgar la macro racional en aras de una batalla de intensidad identitaria que aleja aliados, exacerba enemigos y siembra, eventualmente, el rechazo futuro de parte de la ciudadanía. El mileísmo gobierna como si fuera el dueño absoluto de la cancha, y para siempre, pero la política sabe que, más tarde o más temprano, llega la alternancia. El despoder actual de Cristina Kirchner es la prueba viviente de ese proceso.

No sólo se puede complicar el futuro sino también el presente. El 9 de julio convertido en Día de la Independencia de la oposición, con los gobernadores amenazando con dejarlo solo al Presidente en la fecha patria. La Argentina de macro y matriz económica normalizada y racional requiere de votos en el Congreso. Por más que el Gobierno descree de los consensos, necesita de negociaciones que aseguren el apoyo de sus proyectos de ley. Ni aunque gane las elecciones de este año contará con votos propios para esas transformaciones.

Desde hace semanas, la oposición dura y también la más dialoguista se le empieza a animar al Gobierno. El destrato por parte del Presidente y la estrategia de Karina Milei para ganar territorialidad, que empieza a excluir alianzas provinciales y le compite a los gobernadores aliados en su propio territorio, tensan la cuerda. Está clara la estrategia: consolidar La Libertad Avanza y su autonomía en el Congreso con candidatos propios aunque corran el riesgo de perder la elección. La mira está puesta en 2027. Pero para eso, hay que llegar. Pero antes, para llegar, el Gobierno deberá buscar votos prestados en el Congreso.

La política de la identidad que castiga a ajenos está complicando esa posibilidad tanto en el Senado como en Diputados. El kirchnerismo duro, los radicales de Lousteau y otros legisladores inclusive de Pro empieza a mostrar mayor iniciativa.

El caso del mileísmo puede ser todavía más grave que el del kirchnerismo en relación a esa ceguera subida al mangrullo del poder. Su dogma identitario y la autopercepción de un destino de superioridad moral suma una capa desconocida para el poder político en la Argentina: una identificación explícita entre política y religiosidad, cultivada estratégicamente. Entre todos los registros posibles, Milei eligió hacer política con el tono del que evangeliza. Su palabra y sus estampitas presidenciales se confunden con el lenguaje de una religión atávica, una emocionalidad religiosa de cruzado que distribuye amenazas entre promesas y milagros. Un Estado que hace exactamente lo mismo que el Gobierno dice combatir: adoctrinamiento.

La nueva alianza de Milei con la fe suma ahora a los evangélicos. La muestra perfecta fue el sábado, en el Chaco. ¿Por qué Milei se sube al púlpito de una iglesia evangélica de tanta popularidad? Más allá de los intangibles religiosos, también están los intereses electorales.

En Chaco, Milei creyó encontrar en “el Estado como el maligno” el puente doctrinal con los preceptos evangélicos, centrados en parte en una teología de la prosperidad. En la posibilidad de predicar sus ideas frente a decenas de miles de creyentes, dio el primer paso para institucionalizarlos como target de su campaña electoral.

Territorialidad, fiscalización y votos: es un combo imprescindible para el éxito electoral en este 2025. Desde Chaco, Milei le habló a la congregación evangélica del norte argentino pero, también, a la tercera sección electoral: la batalla por la provincia de Buenos Aires se juega también en la capilaridad evangélica del conurbano bonaerense, una red de más de 5000 iglesias evangélicas, con pastores que ya hace tiempo se parecen bastante a los clásicos punteros: cercanos a los problemas de la gente, aportándole soluciones propias o cumpliendo el rol de intermediarios entre esas demandas y el Estado.

Es un formato inaugurado por el peronismo con Duhalde, cuando en 2002 incluyó a los evangélicos en la Mesa de Diálogo Nacional y culminó con el kirchnerismo, cuando Verónica Magario, en sus años de intendenta en La Matanza, creó en 201 la secretaría de Culto y puso a un pastor evangélico al frente. Los evangélicos demostraron su poder de movilización en la calle en 2018, cuando marchaban en contra de la legalización del aborto.

Pero en ese campo de creyentes Milei también siembra riesgos. El domingo, tres organizaciones representativas de las iglesias evangélicas argentinas hicieron un duro cuestionamiento a Milei. La Federación Argentina de Iglesias Evangélicas, la Pastoral Social Evangélica y la Asociación de Iglesias Pentecostales de Argentina hicieron público un documento. “Deje de actuar como el Faraón y escuche al pueblo que sufre”, plantearon. La radicalización de Milei también dividiendo a los creyentes a los que quiere convencer. Queda planteada la duda: O Milei es dueño de un oído absoluto en torno a las necesidades de la gente o está alejando votantes potenciales peligrosamente.

El gobierno de Milei tiene dos aliados incondicionales: la inflación a la baja y el legado imposible del kirchnerismo que no deja de dar sorpresas y no da descanso a Cristina Kirchner, al kirchnerismo y sus herederos políticos. Acaba de reabrirse el capítulo YPF y ahora se inaugura un nuevo episodio con la crisis del fentanilo que ya se llevó 53 vidas. El rol del kirchnerismo en ese entramado empieza a saltar a primer plano.

En el caso YPF, el Gobierno va a fondo. Ese esquema le da todas las oportunidades para traer a escena el fantasma del kirchnerismo y los males que acarrearía su regreso. “Están empezando a ir presos”, oró Milei desde el púlpito de la iglesia de las Puertas del Cielo.

El problema es que el mismo Gobierno le quita fuerza a esos recordatorios de la matriz kirchnerista. Hay denuncias judiciales que pesan sobre el Gobierno y empiezan a leerse en el formato kirchnerista de capitalismo de amigos, Estado cooptado y corrupción. “Las valijas del poder”, posteó en X el diputado Maximiliano Ferraro de la Coalición Cívica.

Con el caso de las diez valijas que habían sido negadas por el vocero Manuel Adorni y ahora la Justicia corrobora, el Gobierno empieza a entrar en zona de riesgo: que la lógica de su gestión empiece a codificarse a partir de un modo de construir poder que nació con Menem y el kirchnerismo llevó a la enésima potencia. En este hecho puntual, el formato original son las valijas de Antonini Wilson. La Justicia investiga el episodio. Falta tiempo para conocer sus derivaciones definitivas.

El problema del dilema que plantea Sturzeneger, formas amables versus fondo tan transformador como efectivo, parte de una premisa que no es necesariamente verdadera: desde que llegó al poder, Milei tuvo la opción de avanzar fuerte con la batalla cultural de mayor consenso, la macroeconómica y productiva, sin espantar aliados necesarios. Optó en cambio por un avance feroz sobre cuestiones alejadísimas de la esfera material y más vinculadas con las creencias personales, todo con un formato de máxima crispación. Decidió ir todavía más allá de las ramificaciones de la batalla cultural woke, con el desafío a una cultura cancelatoria en cuestiones de lenguaje, o de cultura ciudadana, con el fin de la ocupación de la calle como bandera, que también tenían consenso en su base ampliada de votantes.

Desde hace meses, Milei va más lejos, hasta una cruzada de tono religioso impensada en la Argentina de las últimas cuatro décadas. Las tensiones que incuba innecesariamente pueden despertar reflejos perdidos en la oposición y condicionar su capacidad de transformación.

Más Noticias