Autor y compositor: Silvio Falasconi. Dirección: Ruben D’Audia y Silvio Falasconi. Intérpretes: Fran Andrare, Dolores Riera, María Victoria Felipini, Manuel Fernández, Sol Scarso, Dino Altobelli, Carlos Issa y elenco. Vestuario: María Inés López y Teatro Villa Ruiz. Escenografía: Jorge Mondello, Gaspar Harán y Teatro Villa Ruiz. Iluminación: Alejandro Le Roux. Música: Silvio Falasconi. Coreografía: Ana Izaguirre. Sala: Teatro Politeama (Paraná 353). Funciones: sábados y domingos a las 15, en vacaciones de inverno martes y jueves a domingo a las 15. Duración: 70 minutos. Nuestra opinión: regular
El huemul, el pequeño ciervo andino-patagónico, es un animal huidizo, asediado por la caza y arrinconado por la ganadería hasta hallarse al borde de la extinción. Recién hace pocos años, cuando se lo declaró como especie protegida tanto en Argentina como en Chile, se estabilizó su población, en solo unos 500 ejemplares en nuestro país y mil del otro lado de la cordillera. Apenas un uno por ciento de la población histórica estimada.
Sobre el loable propósito de difundir entre los chicos la protección de esta especie autóctona y de la naturaleza en general transcurre la historia de El huemul de la Patagonia, de Silvio Falasconi, en una puesta en escena del mismo autor y Ruben D’Audia. Sin embargo, lo que se ve sobre el amplio escenario del Teatro Politeama no se condice demasiado con los ritmos del agreste paisaje patagónico.
La fábula lleva a un huemul de gran porte a acercarse al poblado para buscar amigos que le permitan superar la soledad. Pero en el asentamiento humano se enfrenta primero a un cazador y luego a una despótica dueña y domadora de un circo, que no se anotició de que ya no son bien vistos los animales en las arenas circenses.
Los acompaña el intendente del pueblo, que adopta posturas oportunistas: primero seguidista de los malos, acomodaticio a las nuevas circunstancias cuando estos fracasan en su intentona. El huemul cae temporariamente en una jaula del circo, pero es liberado y zafa de las persecuciones con la ayuda de la cachorra de don Roque, el propietario del bar del pueblo (en una alianza que se contrapone al asedio que suponen las jaurías de perros para los venados, como especifica el mismo programa de mano).
Para completar la alianza ecológica se unen a los buenos una zanahoria -que deberá hacer malabares retóricos para no servir de almuerzo al huemul- y un pimpollo rozagante. Cuentan además con el apoyo de la tormenta en la montaña roja, un tanto confusa instancia de cólera de la naturaleza ante los atropellos de los seres humanos.
Los personajes se instalan desde el vamos con caracterizaciones marcadamente caricaturescas e intentan mantener el foco de la atención de los espectadores apelando de forma insistente a un tono cercano al grito y en gags verbales de risa fácil, algunos más dirigidos a los padres que a los chicos.
No faltan momentos didácticos, sobre la relevancia del cuidado del entorno natural, y participativos, con la apelación reiterada a la platea a contestar cada vez con más fuerza a algún requerimiento de apoyo de los personajes.
La acción se desarrolla casi sin pausa. Pero una banda musical en vivo otorga algún respiro, facilita eficazmente la transición entre escenas con ritmos de balada rockera. “Sos una linda zanahoria“, le cantan a la hortaliza amiga del huemul.
La obra es una producción del Teatro Villa Ruiz, de una pequeña localidad del partido de San Andrés de Giles, en la que se desarrolla a través de esa sala un meritorio quehacer teatral, con elogiadas puestas en escena y talleres que promueven el juego actoral en todas las franjas de edades.
Pero El huemul de la Patagonia, que ha circulado por diversos escenarios del teatro independiente del conurbano durante los últimos 17 años antes de arribar a la importante sala céntrica, acusa el paso del tiempo. Incluso más allá de su fecha de estreno. Recordemos que para el cambio de milenio ya habían sido ampliamente reconocidas las puestas en escena dirigidas a la platea infantil de creadores como Hugo Midón, Claudio Hochman, Manuel González Gil, María Inés Falconi o Héctor Presa. Para no hablar de la ruptura que significó tiempo atrás la impronta lúdica de María Elena Walsh.
No se trata de remedar a nadie, y menos en tiempos que plantean nuevos recursos escénicos e indagaciones dramatúrgicas sobre tópicos de vigencia reciente, como lo es sin duda la preocupación por el medio ambiente, cercana además a la empatía infantil. Pero la fábula del huemul patagónico, aún con la simpatía que pueda despertar el personaje, se queda en el enunciado de buenas intenciones.